Cuando te evalúan, juzgan tu desempeño y tu trabajo en el año anterior para tomar una decisión sobre tu posición para el año que viene. Parece paradójico, pero funciona así, nos basamos en la experiencia pasada de esa persona y en sus logros para marcarle unos objetivos y darle la oportunidad de desarrollarlos a futuro, y luego, vuelta a empezar.

Cuando te evalúan, valoran tu esfuerzo y tu dedicación, tus ganas de contribuir y tu tesón a la hora de hacer frente a las decepciones, miden tus capacidades y te proponen una línea a seguir. Detectan tus puntos débiles y te ayudan a mejorarlos.

Cuando te evalúan, te agradecen tu participación y te dan la oportunidad de continuar tu trayectoria ascendente en la compañía o en donde sea que te encuentres.

Cuando te evalúan, te crean dudas, en el paso previo a evaluarte, durante la evaluación (la mítica pregunta “¿Cómo crees que te ha ido?”) y también después del veredicto, puesto que empiezas a recibir inputs de cómo les ha ido a tus compañeros y tiendes a comparar tu trabajo al de otros, aunque sabes que nunca podrás extraer conclusiones definitivas.

Cuando te evalúan, te animan a seguir mejorando, aunque la evaluación haya sido mala, extraes conclusiones positivas siempre, sabes qué debes hacer para mejorar esa tendencia y respondes en consecuencia.

Cuando te evalúan, debes seguir adelante pase lo que pase, esforzándote al máximo.